Definitivamente uno de los destinos para visitar en Colombia es Boyacá. Sus pueblos hermosos y asentados en el pasado; su gente amable, bonachona, campesina y religiosa, aun viviendo en las ciudades. Sus carreteras impecables; sus paisajes de una gama de colores que impresionan; sus campos en los que hombres y mujeres se inclinan sobre la tierra para cosechar sin descanso. Sus imponentes templos que testimonian la fe de sus antepasados. En fin, un destino para el viajero que gusta de la tranquilidad y de los pueblos con una arquitectura colonial que enamora.
Uno de esos pueblecitos boyacenses es Tinjacá o Tunjacá como se llamó inicialmente, muy cerca a Villa de Leyva. Su nombre, significa “Mansión para el príncipe chibcha” y se cree que fue fundada en 1556.
Sus habitantes se enorgullecen de tener el mejor clima del país y así lo pregona el aviso que recibe a los visitantes en el parque principal.
En una tienda que se llama “Artesanías Madertagua”, en Tinjacá me encontré a Fabio Alfonso Bonilla González, inclinado sobre un pequeño torno en el que estaba terminando una hermosa y pequeña olla de Tagua.
Detiene un momento el torno en el que trabaja para contarme que esta labor de torneado de piezas en Tagua y la especialización en la elaboración de miniaturas data de 1916. “Como artesanía –me explica- la Tagua nace en Chiquinquirá por parte de mi abuelo paterno. Era un ebanista y combinaba su actividad de hacedor de altares para las iglesias con la cacería y en una de esas salidas a cazar se encontró unas pepas de estas de Tagua y las llevó a su taller. Así fue como empezó a evolucionar como artesanía. Él empezó a hacer floreritos para la Virgen de Chiquinquirá”.
Fabio Alfonso Bonilla González |
“Posteriormente con mi padre nos radicamos aquí en Tinjacá en el año 1973; desde ese tiempo trabajamos la Tagua aquí en este municipio. Le cuento que yo pertenezco a la tercera generación que ejerce este oficio. Ya veo venir la cuarta generación que son mis hijos que están en formación.
Le pregunto a don Fabio Alfonso, qué es lo más difícil de su oficio. “La talla de la Tagua requiere de tres cosas: una, es la paciencia. Ahora le voy a mostrar las miniaturas que hacemos que es nuestra especialidad. La otra es el afilado de la herramienta y la tercera es tener un material de óptima calidad para poderle garantizar a las personas que sus piezas van a perdurar en el tiempo”.
“Por ejemplo, - dice tomando una pepa de Tagua-, esta semilla tiene unos 30 años y si la observa va cogiendo el color del marfil; mire esta otra que es de más de treinta años el color que tiene, es por eso que se le llama el “marfil vegetal” señala mientras pone en mi mano una semilla de Tagua que esta hermosamente veteada, como si fuera de marfil, pero la característica principal, además del color es su belleza y su dureza”.
“Mire Ud. lo que voy a hacer: una copa miniatura. Enciende el torno, pone una semilla de Tagua en la maquina y sus manos expertas van acariciando con la herramienta la semilla que va perdiendo su forma original. Saltan pedacitos blancos que se esparcen por las manos, el rostro y el banco donde Fabio Alfonso trabaja. En un dos por tres aparece la diminuta pieza que casi no se alcanza a ver, la pone entre sus dedos y me dice: “mide unos 7 milímetros”. Estire su brazo –dice- pone la pequeñísima copa en la palma de mi mano y remata:” Que sea un recuerdo de esta charla”.-
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